El Dr. Hermann Von Herrnändez llevaba varios años sin permitirse dormir más de cuatro horas seguidas en ninguna circunstancia. Aislado en su cabaña, en la que el frío solo podría compararse al que debe hacer en los alrededores de Plutón, estudiaba desde hacía décadas la posibilidad de domesticar hormigas para el transporte de objetos particularmente pequeños y múltiples y para la defensa de reservas de víveres ante ataques de insectos de diverso tipo, incluso hormigas cimarronas o enemigas. Los avances del experimento eran más que lentos. Sin embargo, por más predisposición al esfuerzo sostenido que asumía su cuerpo en deterioro, al Dr. Von Herrnändez se le imponía como necesidad ineludible atender, a la vez, los trabajos necesarios para alimentarse, calefaccionarse, asegurarse una mínima higiene y un descanso básico. Y eso insumía tiempos esenciales, dedicaciones entrañables, celos viscerales y energías íntimas. Así y todo, un día, al rato de concluir su alm...
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