DERRIBANDO MUROS


Ciclo de Clases abiertas Transdisciplinarias de Literatura “Derribando muros”
Una proyecto pedagógico abierto, participativo y en construcción
El proyecto del Ciclo de clases abiertas de Literatura busca proponer una serie de espacios pedagógicos de trabajo, enseñanza y reflexión en torno a la Literatura, considerada como una dimensión esencial de la producción cultural y simbólica de los pueblos, espacio que resignifica narrativamente las formas de vida de una sociedad, en el que se implican, relacionan y ponen en tensión formas de organización, roles, tradiciones, anhelos, símbolos.
Las clases buscan promover un acercamiento a la Literatura,  considerada como una de las tantas dimensiones de producción simbólica de las culturas,  en vínculo con otros campos y áreas del conocimiento y de la producción humana. Si bien la Literatura es el eje central que articula las clases, cada uno de los encuentros que conformarán el ciclo estará orientado hacia la vinculación con otras disciplinas o áreas del conocimiento (Música, Matemática, Ciencias, Historia, Deportes, Artes, Educación Sexual Integral).
El proyecto busca propiciar un espacio abierto a las y los estudiantes de la escuela (también a docentes), en el que se proponga una manera de construcción del conocimiento reflexiva, colectiva y transdisciplinaria; en el que se promueva el debate, la creación y la expresión; también la autonomía y la consecuente responsabilidad que implica la posibilidad de elegir libremente participar (o no) de un espacio como este, de encuentro con otres muches y de resignificación dela manera en que habitamos y transitamos por la escuela.
El ciclo es también un espacio abierto y en construcción, que invita a que quienes así lo deseen puedan aportar ideas, propuestas, participaciones. En un futuro, quizás deje de ser un Ciclo de clases de “Literatura y…” para transformarse en otra cosa, en lo que vayamos pudiendo y deseando construir (o lisa y llanamente “deconstruir”).
La escuela de los muros y los límites
La escuela es un espacio signado por espacios delimitados, cerrados, demarcados claramente. Algunos límites son físicos y concretos; las paredes de las aulas, los techos, las puertas y ventanas, las rejas. Otros son más intangibles, tienen que ver con cronogramas, módulos de clases, horarios de entrada y de salida, recreos demasiado breves. Hay espacios o lugares vedados (al menos para algunes, generalmente los y las estudiantes). El ascensor, las escaleras de emergencia, la terraza no forman parte del cotidiano transitar de quienes habitan la escuela. En algunos casos, acceder a estos espacios prohibidos implica la sanción automática, la penalización de aquel que transgrede la norma. Hay también algunas zonas de frontera, esos espacios en que algunas separaciones parecen borrarse tímidamente o suspenderse por un rato. El patio, los pasillos, los baños, el kiosco  tienen algo de eso, de lugar de tránsito, de encuentro, de breve ejercicio de la libertad, siempre con un montón de restricciones.
La escuela es también un conjunto de normas y pautas a seguir;  algunas son comunes para docentes y estudiantes (o más generalmente, adultos y jóvenes). Otras son específicas para cada colectivo. Claramente, el estudiantado lleva las de perder. Hay que cumplir con los horarios de ingreso y egreso, dar el presente, rendir exámenes, traer la carpeta, aprobar las materias o recuperarlas en diciembre,  firmar el cuaderno de comunicaciones, usar ropa acorde al código de vestimenta  y un montón de cosas abrumadoras más. En el aula, hay que pedir permiso para ir al baño, levantar la mano para hablar, no usar el celular o usarlo para fines específicos, no hablar mientras el o la docente explican, permanecer en la silla, no sentarse arriba de los bancos, no gritar y otros tantos “noes” y  “síes”. Todo ello, la disposición de espacios físicos, de normas y códigos a seguir, de comportamientos esperables y conductas sancionables forman parte de la estructura material e inmaterial de la Escuela, de las escuelas.
Por si todo esto fuera poco, la escuela secundaria está organizada a partir de recorridos jerarquizados (ciclos, materias, años) y a su vez, delimitados y fragmentados, que deben recorrerse hasta el final, siguiendo todas las pautas establecidas de las que venimos hablando. El horario de clases es un interesante símbolo de ello. A primera vista y con un poco de imaginación, podemos vislumbrar una pequeña pared con los ladrillos a la vista. Cada uno de esos ladrillos son las horas de clase y el cemento bien podrían ser las líneas que delimitan la cuadrilla del Excel. Volvamos a pensar en los ladrillos ahora, pero en vez de imaginarlos todos de color rojizo, pensemos en que los hay amarillos, anaranjados, azules, grises, negros, algunos brillosos y otros notablemente opacos. Cada uno de los módulos del cronograma semanal de clases implica además una materia diferente; los viernes en la primera Geografía, los miércoles en la mitad Matemática, los Jueves en la dos últimas Lengua. Mientras les estudiantes permanecen, sentados en sus bancos, dispuestos geométricamente en 3 o 4 filas más o menos uniformes, por el aula desfilan preceptores y un número importante de docentes que puede oscilar entre  10 y 13. A esto le corresponde idéntica cantidad de materias. Cada materia, con su diseño curricular específico, los contenidos más o menos obligatorios que deben enseñarse; cada docente con su librito, su personalidad, sus maneras de hablar, de explicar, de evaluar. Quizás la profe de historia te cae simpática y además sus clases son entretenidas e interesantes o el de Matemática es algo exigente pero enseña bien, pero por ahí el de Literatura es un bodrio absoluto al que no se le cae una idea, te hace leer cosas que son un embole  y encima es un ortiva que se pone la gorra todo el tiempo. No hay elección ni libertad, hay que bancárselos a todos y a todas, y encima son un montón.  
El aislamiento disciplinar
Si todo esto parece demasiado, les tengo malas noticias, todavía hay más para alabar de la querida y modernísima (moderna del siglo XIX) escuela secundaria. Cada trayecto de las asignaturas corre paralelo a los demás, como los andariveles de una pileta de natación o de una pista de atletismo, que tienen la misma extensión, pero no se tocan ni se cruzan jamás. Esta disposición fragmentada del conocimiento en disciplinas diferentes data de hace varios siglos y la escuela secundaria la sigue reproduciendo, con algunos matices, casi desde su nacimiento. Convengamos que esta pauta no es exclusiva de la escuela (ni de la educación formal en general); la división del trabajo en la sociedad moderna y en el capitalismo avanzado así lo demanda. La escuela no es más ni menos que una institución nodal del sistema cultural en el que estamos inmersos.
Enseñamos (y aprendemos) biología, historia, educación ciudadana, comunicación o música, pero rara vez encontramos espacios en que los saberes y aprendizajes se conecten, se relacionen, se entrecrucen. Jóvenes estudiantes deberán recorrer esos largos andariveles en simultáneo, sorteando obstáculos y acelerando o pausando los ritmos en función de lo que cada docente les exija. Podemos también apelar a la imagen de un archipiélago de islas; en una se consigue el pescado, en otra el pan, en otra la fruta, en otra están los bares y hay una en la que se baila. Cada islita es una de las materias y hay que remar en botecito de una a otra para conseguir lo que se necesita para sobrevivir.
El aislamiento es notable y pocas veces los y las docentes ofrecemos herramientas para intentar la interconexión de saberes, experiencias y aprendizajes. Quizás algunas mentes lúcidas logren hacer el trabajo solas y puedan entender que lo que están leyendo en Literatura tiene que ver con lo visto en Historia de 2°, o que el profesor de Publicidad y el de Periodismo están hablando del mismo tema (incluso quizás dieron para leer el mismo texto) pero no lo saben, porque jamás hablaron entre sí de la planificación de sus clases.
Pues bien. He aquí un sintético esbozo de la manera en que está estructurada la escuela secundaria en la actualidad. Esto no quiere decir que no haya espacios, dinámicas y formas del encuentro para destacar, reivindicar e incluso celebrar. Las hay de sobra y son, quizás, las que le dan sentido y valor a la experiencia de transitar tantas horas de nuestras vidas adentro de la escuela; aprendizajes, sorpresas, diálogos, abrazos, amores, lecturas, llantos, empatías, desengaños. La escuela es también un espacio de creación, de expresión y de crecimiento, individual y colectivo. Pero todo lo otro está allí, obstinadamente omnipresente.
Una propuesta para desandar el camino
¿Cómo hacer para resignificar el tránsito por la escuela a partir de todas esas dimensiones bellas y estimulantes que también tienen lugar allí? Probablemente no haya una sola respuesta y la tarea sea demasiado ardua como para alcanzar el éxito. Ni siquiera depende de nosotros; existe un Estado, un Ministerio de Educación, toda una estructura jerárquica burocratizada de la que cada escuela es una pequeña célula, aislada, pero interconectada a su vez a partir de la pertenencia a un sistema.  Pero seguramente tengamos a mano un montón de recursos para poder construir espacios de aprendizaje o de encuentro intelectual, emocional y sensible que se parezcan un poco más a lo que desearíamos que una escuela fuera.
El proyecto de clases Abiertas Transdisciplinarias de Literatura, pomposamente llamado “Derribando muros”, pretende ir en ese sentido. El germen inicial de la idea fue la construcción de un espacio abierto y participativo, en el que los cruces y los encuentros se produzcan y se reproduzcan. Poder conectar y cruzar materias, contenidos, campos del saber que quizás mucho tienen que ver pero que son abordados de manera aislada y fragmentada. A su vez, el carácter abierto implica que participen del mismo quienes así lo deseen, tanto estudiantes como docentes. Si soy estudiante, no puedo elegir irme de la clase de Filosofía pero sí puedo participar voluntariamente de un taller. Y en este espacio, existe además la posibilidad de compartir e interactuar con compañeros y compañeras de otros cursos y años, con quienes quizás no he cruzado palabra jamás o con docentes que nunca tuve y a quienes no conozco. Lo mismo corre para profesores y profesoras.  La idea es que cada encuentro no sólo cruce saberes y conocimientos (Literatura, Música, Ciencia, Matemática, Deportes, Educación Sexual Integral, Teatro, Historia, Comunicación) sino que además sea planificado y llevado a cabo por un equipo de profesores de materias diferentes, que puedan enriquecer la experiencia, desde sus formaciones disciplinares específicas y desde sus miradas personales como trabajadores, ciudadanos y seres humanos.
Como decíamos en la introducción, el proyecto está enfocado en el cruce de la Literatura con otras áreas del conocimiento, por razones obvias de formación y de campo de trabajo personal. Pero ciertamente deseo (deseamos) que pueda, en la propia dinámica del recorrido, resignificarse en alguna otra cosa, en un espacio cada vez más abierto y amplio en el que puedan producirse y crearse nuevos y diferentes formas del encuentro; entre personas, cuerpos, palabras, ideas, saberes y experiencias. Quizás hacia allí vamos caminando. Y como dicen aquellos versos del poeta, musicalizados luego y convertidos en metáfora popular, se hace camino al andar.
                                                                                                                                                                          Prof. Gonzalo Besteiro
Junio de 2018

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